SILENCIOS
Había momentos en los que sólo se escuchaba el silencio
de los pájaros y el ruido del mar, que, en realidad, eran las hojas de todos
los árboles bailando con el viento. Balanceándose igual que yo, con los ojos
cerrados, en la hamaca de rayas que colgaba entre el arce y la paulonia de
casa, en El Pinar. Y de vez en cuando, muy de vez en cuando, -cada vez menos-, diría
que hace mucho tiempo, y sólo alguna vez; se escuchaban los disparos de algún
vecino con la escopeta. Ahora sé cómo suena una escopeta.
Cuando empecé con este pequeño blog no pensaba que fuera
a ser tan complicado escribir. O, mejor dicho, escribiros. Porque no nos
engañemos… escribir para uno mismo es más sencillo. Sin embargo, me cuesta
pensar que contaros. No sólo por no saber por dónde empezar –o seguir- si no
por tener que poner límites a mi cabeza, y a mis manos.
En la terracita del Peni, en el salón de casa, o en la
mesa de la cocina en una ‘arnunciada’… lo soltaría todo (o casi). Pero aquí
cuesta más. ¡Y eso que sólo llevo dos entradas!
Me encantaría contaros de todas y cada una de las
personas que conozco y estoy conociendo, como hice la vez anterior con algunos
de mis peques, pero… ¿hasta dónde puedo invadir su intimidad?
Hablaros también de la sociedad y política de Lima…pero
lo cierto es que aún no sabría describírosla bien, aunque lo pueda intentar.
La arquitectura o el urbanismo…vendrían a cuento, y
mucho. Aunque más de uno de los que leáis esto, sabéis cien veces mejor que yo
de cualquier tema de arquitectura del que os pudiera hablar.
Así que, en definitiva… ¿Sobre qué escribir(os) ahora,
para que sintáis que estáis aquí conmigo? Pues supongo que de todo lo anterior,
y de nada al mismo tiempo, pero siempre desde mi –básico y pequeñito- punto de
vista. O lo que es lo mismo: de mis experiencias, y mi día a día. Y quizás “de aquello que me preocupa, y no de lo que a
todos les gustaría escuchar”.
Estábamos en la Casita de Virgen del Carmen, una de la
tres que se encuentra en zona alta, cerro. A pesar de que era miércoles y los
niños –por ser el día que les tocaba jugar- no habían parado en toda la tarde,
en ese momento estaban tranquilos. De hecho, llevaban un buen rato relajados
haciendo manualidades, pero se cansaron y se pusieron a jugar a su ‘cara a
cara’ que consiste en mirarse a los ojos sin pestañear ni una vez, hasta que
uno de la pareja llore de picor, y parpadee.
Les expliqué entonces el ‘cara a cara’ que yo solía
jugar: mirarse sin desviar la mirada del otro, aguantando sin reír. Primero que
ríe, pierde. Me ganaban una y otra vez. Y la que nunca perdía, era María.
Ella es de las mayores –cumple trece años este curso- y ya hace las veces de
‘voluntaria’, participando como una más, pero apoyando a la educadora. Tiene un
semblante un poco serio, pero alegre, y mucha madurez para su edad.
Esta vez sólo se escuchaba el silencio de alguna
moto-taxi en las calles de abajo, y el suave murmullo de los niños que, o bien
seguían con sus manualidades, o bien contemplaban la batalla de miradas, y
trataban de hacer reír a María. Ella aguantaba, mientras un rayo de luz que
entraba por la puerta del pequeño balcón que tiene la casita y atravesaba una
franja de las pequeñas mesas de madera, le iluminaba el rostro sólo a ella,
creando un momento de paz como el que se siente cuando se contempla la luz de
las mejores arquitecturas.
Yo ya estaba eliminada, y fue entonces cuando, mientras
escuchaba la paz y el silencio de los niños, todos –María la primera, y la
más asustada- dieron un salto tras el primer disparo de bala, y corrieron a
esconderse tras el segundo, mientras se gritaban unos a otros ‘¡corre, cierra
la ventana, tú, cierra la puerta!’
Descubrí, en una milésima de segundo, la diferencia
entre el sonido de la escopeta de caza de mi recuerdo, y la certeza de que los dos
disparos en algún lugar cercano, eran de una pistola. Y no es porque nunca
hubiera escuchado como suena una… Si no porque nunca había visto ese sonido tan
de cerca, reflejado en los rostros y las reacciones, tan naturales –como de
quién ya ha pasado por esa situación más de una vez-, de unas personitas tan
pequeñas.
De ahí, la adrenalina de los niños y sus nervios se
reflejaban en los grititos, los sustos que se daban unos a otros, y las risas y
las bromas que se sucedían tras haber pasado unos minutos en silencio. Y no es
que la situación fuera graciosa. Es que son niños que supieron localizar ‘al
toque’ de dónde provenían los disparos –cerca
de la casa de Manuel!- y que al mismo tiempo sabían que lo más probable es
que no hubiera pasado nada grave.
Ese día les acompañamos un trecho hacia la zona alta del
cerro, dónde viven casi todos ellos. La educadora y yo sabíamos, igual que
ellos, que en el fondo no era necesario acompañarles, una vez que ya habíamos
visto a la gente volver a salir a la calle…pero les daba seguridad, y les hacía
ilusión.
Cuando llegué a casa me paré a pensar. Y después de todo… el balaceo no fue lo único que me impresionó ese día. Casi tanto, o más, me marcó una frase de Maricielo cuando aún no había comenzado la tarde.
“-Miss Carmen, ¿usted tiene enamorado? –No -¿Ni en España? –No –…Mejor.” Le pregunto por qué es mejor. “Porque así no la maltratan, Miss. ¿Para qué tener enamorado si la va a maltratar?”
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| Rincón cerca de la Casita Virgen del Carmen |


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